domingo, 18 de mayo de 2008

Un cuento de hadas

¿Cuál es la diferencia entre literatura y periodismo? Según Manuel Rivas en lo único que debe diferenciarse un texto ficticio de otro real es en que, en el segundo, sus protagonistas deben aparecer en el registro civil.
La sensación de hojear las páginas de un libro recién comprado es muy parecida a la impresión agradable que experimenta cualquier persona ojeando el periódico del día. Cuadernos escritos en formatos diferentes pero que buscan un mismo fin: contar algo. Así debía de pensar el gallego Manuel Rivas cuando asistía a las interminables clases de periodismo. Aburridas, cuando el profesor insistía en la objetividad de los datos, en los textos desalmados. Interesantes, cuando el magistrado alentaba el talento del alumno, aumentando la ansiada libertad. ¿Podemos contar la ficción con herramientas periodísticas? Nadie lo discutiría. Entonces si podemos hacer anodina la novela, ¿Por qué no enganchar al lector a la realidad con la pluma de los cuentos?
Esto es lo que evidencian los 59 artículos, crónicas y reportajes que componen El periodismo es un cuento. No se reúne lo mejor de un columnista, sino que se muestra un estilo periodístico alejado de la facultad, de la propia escuela, de los tópicos y el encorsetamiento de la profesión. Rivas relata para que su texto se lea, interese y sea recordado, porque, como acierta a decir él, “lo que nunca olvidaremos de los periódicos es lo que tienen de buena literatura”. Leyendo La triste historia de Eva reparas en un suceso mucho más humano, trágico y cercano que el conjunto de estadísticas que suelen acompañar los diarios. Repasar los naufragios na Costa da Morte puede ser un ejercicio histórico tedioso en la lectura, si el escritor no se preocupa en mostrar el ambiente, en contar las leyendas y dibujar pequeñas historias anónimas que forman en nuestra conciencia un todo y nos informan de igual manera.
¿Qué es lo que hace que merezca la pena la redacción de una noticia? Para Rivas los pies de foto de Alvaro Cunqueiro ya justificaban las portadas de La voz de Galicia. La obsesión del autor por desenmarañar el porqué de las noticias es lo que llena de encanto sus párrafos. Lo que te transporta a la Galicia de las meigas, a los cuentos labrados por el tiempo ante el calor de las llamas de una hoguera.
Es un libro recomendable, que se dirige a todos, pero que hurgará en el fondo de tu alma si eres ese hombre amnésico que ya no recuerda por qué comenzó su carrera periodística. Alimenta más el debate entre realidad y ficción, entre la objetividad periodística, entre lo que debe ser literatura y lo que no. Al menos nadie podrá criticar a Rivas que lo que dice no es cierto, que lo que cuenta no es una hermosa realidad.

viernes, 9 de mayo de 2008

Sexo,drogas y videojuegos

Miras hacia la televisión y lo compruebas. Ese hombre no va a parar hasta matarla. Le golpea con un bate y después le estrangula con fuerza. Se recrea, la mira con desprecio y se ríe de ella. La mujer llora y grita de impotencia. Nadie se acerca. En medio de la gran manzana nadie se está dando cuenta. En dos minutos el telón se cierra. Fin de la escena.

Todas las historias, tanto reales como ficticias, se pueden contar de mil maneras. Algunas son muy desagradables como esta. Y este tipo de relatos los podemos encontrar en un libro, un periódico, la radio, la televisión o el cine. De forma más abstracta nos lo puede explicar una pintura, una escultura o una performace. La libertad de expresión es un derecho exigible siempre. Pero sepan una cosa: podemos sentarnos como adultos en la sala de un cine cualquiera, ver un telediario, o leer una novela en el que este tipo de contenido se tolera. Sólo existe la censura para el nuevo anticristo mediático: el videojuego.

Recientemente el polémico estudio de videojuegos, Rockstar, vio como no se le permitía sacar su producto al mercado en países como Gran Bretaña o Alemania. Tener una copia en Australia del juego, Manhunt II, es un delito penado con la cárcel. La controversia viene por sus escenas violentas, excesivas para el gusto de la BBFC británica encargada de revisar los contenidos de los juegos. Otro juego, Canis canen edit, también del mismo estudio y polémico por su contenido violento no ha sufrido censura alguna. ¿Hay algún baremo que sigan los órganos censores? Ninguno. Todo depende del ruido mediático que arrastre el videojuego.

Pero deberíamos preguntarnos primero por qué no se toleran las escenas violentas en los videojuegos. El primer mito en torno al mercado de los juegos electrónicos es que estos son productos dirigidos a los niños. Primer error que se demuestra fácilmente: los videojuegos tienen una calificación por edades y muchos ya son sólo recomendados para mayores de 18 años. Se demuestran dos cosas: por un lado, no se les permite a las tiendas vender un juego de adultos a un menor; y por otro, si cada vez hay más juegos con esta clasificación es señal de que el público objetivo esta madurando. Actualmente la media de edad del consumidor de videojuegos se sitúa en los 23 años, según datos recogidos por ADESE, organización que estudia el comportamiento del mercado de videojuegos en España.

Pero sus críticos argumentan la censura atacando la interactividad del videojuego. Al parecer manejar las acciones de un avatar virtual en un mundo ficticio es muy peligroso. Un niño que mata un marciano en una máquina recreativa probablemente lo llevaría acabo si ETE se le apareciese en su salón. El poder que otorgan sus enemigos al videojuego es brutal. Podríamos crear zombis sin cerebro o unos nuevos nazis a través de un Blu-Ray de Sony. ¿No será que nos encontramos ante un mero entretenimiento, que los videojuegos al igual que el cine sólo pretenden contar historias?

Hace poco, Guillermo Vargas realizó una performance artística en Nicaragua atando un perro vivo en una pared y abandonándolo allí hasta su muerte. A través de las aberraciones también contamos historias y recibimos premios. Puede que el bueno de Guillermo nos estuviera diciendo que el hombre sólo se preocupa de los problemas cuando los tiene delante. Le dimos la razón, ya que a nadie se le ocurrió soltar al pobre animal y darle de comer. ¿Por qué hablamos de lo que es ético o no en la ficción? ¿Por qué si en favor del arte se permite ser todo lo amoral que se quiera? ¿Cuántos perros virtuales puedes matar en tu Playstation? Al parecer ni medio perro.

jueves, 8 de mayo de 2008

Doce minutos

El otro día fui a hacerme la revisión anual al dentista. Resulta que toda la vida cepillándome los dientes para enterarme de que lo hacía mal. Según el odontólogo para que mi dentadura estuviera libre de caries debía invertir 12 minutos en el proceso. Tres minutos por cada una de las cuatro zonas en las que se divide nuestra dentadura y ¡listo!, podría acostarme tranquilo y no tener que empastarme una muela en todo lo que me quedara de vida. Lo que no sabía es que después de salir de la clínica y haber leído el periódico, mi salud bucal iba a ser lo que menos me importara al terminar de enjaguarme la boca. Cada doce minutos se detiene a un hombre en España por maltrato hacia una mujer. Doce minutos, lo que tardamos en cepillarnos los dientes.

En la Grecia de Platón ser mujer no era desde luego algo deseable. Su estatus social era el mismo que el de los esclavos, lo cual suponía que no tenían derechos cívicos de ninguna clase, ni participación política. Aristóteles decía que la mejor cualidad de una chica era su silencio, algo muy cercano a la sumisión. A la mujer se le veía como un ser reproductivo y al varón como el ser administrativo. Instaurada desde los inicios, todavía hoy, pagamos las consecuencias de la herencia del patriarcado. Aunque las diferencias se están acortando, en la sociedad española, siguen siendo los miembros masculinos los que ocupan las posiciones de poder.

Nos debemos fijar en la cultura para entender los problemas de la calle. Con varias generaciones nacidas y formadas en democracia, todavía la desigualdad es evidente. Pensemos en la literatura, un arte en el que predomina la mujer tanto como lectora como licenciada: en las últimas 10 ediciones de sus premios nacionales aparecen galardonadas cuatro mujeres por una treintena de varones. No distinguimos la “literatura de mujeres” para oponerla a la “literatura de hombre”, la cual no existe, sino que la contrarrestamos con la “literatura a secas”. Es irónico que donde en el hombre vemos lo “universal”, devenga en “particular” en la mujer. Pensemos en nuestro lenguaje: en el que los hombres encarnan toda la raza humana y la mujer sólo una parte; en el que el macho es un ser social y cultural (hombre de estado) y la mujer representa la naturaleza, la sexualidad (su relación con el hombre). El lenguaje penetra también en los medios de comunicación alienando, sin saberlo, al ciudadano. Véase por ejemplo el titular: Un islamista, su mujer y su hermana mueren en un atentado suicida (El Mundo, 30-4-05): el varón se define por su relación con instancias religiosas (un islamista), las mujeres, por su relación con el macho (su mujer, su hermana). Tres personas mataron y murieron por motivos políticos y tan sólo una parece relevante.

Los datos que se arrojan hoy sobre el maltrato hacia la mujer no son más que las consecuencias de años y años infravalorando y silenciando el papel femenino en la sociedad. La responsabilidad social que recae en los medios de comunicación ha sido malinterpretada y ha ido engordando día a día el problema. El eufemismo “violencia de género” ha ocupado los titulares de los periódicos de manera ambigua y poco comprometida. Los telediarios siguen recogiendo las noticias de forma sensacionalista. El objetivo no es concienciar, ni informar, ni prevenir, ni solucionar; se busca llamar la atención ornamentando e incidiendo en lo más crudo de los hechos; insensibilizando y normalizando una situación que no es normal. Para los medios la mujer maltratada se queda así en otro número, en otra estadística difícil de vender a la audiencia sin más.

De nada sirve saber que en España mueren, cada año, un centenar de mujeres a manos de su pareja. Que cada cuatro casos de maltrato que se producen en Europa, uno pertenece a nuestro país. Que en dos años se han condenado ya a 50.000 hombres por violencia hacia la mujer. De nada sirve saberlo si a nuestro lado lo vivimos y no denunciamos. Si no aceptamos la realidad, si la negamos o miramos para otra parte. Si no nos concienciamos, si no se nos pone la piel de gallina o nos mareamos cuando a una mujer se le levanta la mano. Somos una sociedad machista que ni sabe cuando empezó todo, ni sabemos como renegar ahora de serlo.


Cada doce minutos se detiene a un hombre en España por maltratar a una mujer. Cada doce minutos tratamos de solucionar el problema. Cada doce minutos, lo que tarda usted en cepillarse los dientes.