jueves, 8 de mayo de 2008

Doce minutos

El otro día fui a hacerme la revisión anual al dentista. Resulta que toda la vida cepillándome los dientes para enterarme de que lo hacía mal. Según el odontólogo para que mi dentadura estuviera libre de caries debía invertir 12 minutos en el proceso. Tres minutos por cada una de las cuatro zonas en las que se divide nuestra dentadura y ¡listo!, podría acostarme tranquilo y no tener que empastarme una muela en todo lo que me quedara de vida. Lo que no sabía es que después de salir de la clínica y haber leído el periódico, mi salud bucal iba a ser lo que menos me importara al terminar de enjaguarme la boca. Cada doce minutos se detiene a un hombre en España por maltrato hacia una mujer. Doce minutos, lo que tardamos en cepillarnos los dientes.

En la Grecia de Platón ser mujer no era desde luego algo deseable. Su estatus social era el mismo que el de los esclavos, lo cual suponía que no tenían derechos cívicos de ninguna clase, ni participación política. Aristóteles decía que la mejor cualidad de una chica era su silencio, algo muy cercano a la sumisión. A la mujer se le veía como un ser reproductivo y al varón como el ser administrativo. Instaurada desde los inicios, todavía hoy, pagamos las consecuencias de la herencia del patriarcado. Aunque las diferencias se están acortando, en la sociedad española, siguen siendo los miembros masculinos los que ocupan las posiciones de poder.

Nos debemos fijar en la cultura para entender los problemas de la calle. Con varias generaciones nacidas y formadas en democracia, todavía la desigualdad es evidente. Pensemos en la literatura, un arte en el que predomina la mujer tanto como lectora como licenciada: en las últimas 10 ediciones de sus premios nacionales aparecen galardonadas cuatro mujeres por una treintena de varones. No distinguimos la “literatura de mujeres” para oponerla a la “literatura de hombre”, la cual no existe, sino que la contrarrestamos con la “literatura a secas”. Es irónico que donde en el hombre vemos lo “universal”, devenga en “particular” en la mujer. Pensemos en nuestro lenguaje: en el que los hombres encarnan toda la raza humana y la mujer sólo una parte; en el que el macho es un ser social y cultural (hombre de estado) y la mujer representa la naturaleza, la sexualidad (su relación con el hombre). El lenguaje penetra también en los medios de comunicación alienando, sin saberlo, al ciudadano. Véase por ejemplo el titular: Un islamista, su mujer y su hermana mueren en un atentado suicida (El Mundo, 30-4-05): el varón se define por su relación con instancias religiosas (un islamista), las mujeres, por su relación con el macho (su mujer, su hermana). Tres personas mataron y murieron por motivos políticos y tan sólo una parece relevante.

Los datos que se arrojan hoy sobre el maltrato hacia la mujer no son más que las consecuencias de años y años infravalorando y silenciando el papel femenino en la sociedad. La responsabilidad social que recae en los medios de comunicación ha sido malinterpretada y ha ido engordando día a día el problema. El eufemismo “violencia de género” ha ocupado los titulares de los periódicos de manera ambigua y poco comprometida. Los telediarios siguen recogiendo las noticias de forma sensacionalista. El objetivo no es concienciar, ni informar, ni prevenir, ni solucionar; se busca llamar la atención ornamentando e incidiendo en lo más crudo de los hechos; insensibilizando y normalizando una situación que no es normal. Para los medios la mujer maltratada se queda así en otro número, en otra estadística difícil de vender a la audiencia sin más.

De nada sirve saber que en España mueren, cada año, un centenar de mujeres a manos de su pareja. Que cada cuatro casos de maltrato que se producen en Europa, uno pertenece a nuestro país. Que en dos años se han condenado ya a 50.000 hombres por violencia hacia la mujer. De nada sirve saberlo si a nuestro lado lo vivimos y no denunciamos. Si no aceptamos la realidad, si la negamos o miramos para otra parte. Si no nos concienciamos, si no se nos pone la piel de gallina o nos mareamos cuando a una mujer se le levanta la mano. Somos una sociedad machista que ni sabe cuando empezó todo, ni sabemos como renegar ahora de serlo.


Cada doce minutos se detiene a un hombre en España por maltratar a una mujer. Cada doce minutos tratamos de solucionar el problema. Cada doce minutos, lo que tarda usted en cepillarse los dientes.